Moisés habló al pueblo diciendo: «Pregúntale al tiempo pasado, a los días que te han precedido desde que el Señor creó al hombre sobre la tierra, si de un extremo al otro del cielo sucedió alguna vez algo tan admirable o se oyó una cosa semejante.
¿Qué pueblo oyó la voz de Dios que hablaba desde el fuego, como la oíste tú, y pudo sobrevivir? ¿O qué dios intentó venir a tomar para sí una nación de en medio de otra, con milagros, signos y prodigios, combatiendo con mano poderosa y brazo fuerte, y realizando tremendas hazañas, como el Señor, tu Dios, lo hizo por ustedes en Egipto, delante de tus mismos ojos?
Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es Dios – allá arriba, en el cielo, y aquí abajo, en la tierra — y no hay otro.
Observa los preceptos y los mandamientos que hoy te prescribo. Así serás feliz, tú y tus hijos después de ti, y vivirás mucho tiempo en la tierra que el Señor, tu Dios, te da para siempre.»

COMENTARIO 4, 32-34. 39-40

Moisés prometió a los judíos que si confiaban en Dios serían un pueblo fuerte, feliz y próspero. Por otro lado, les advirtió que si se olvidaban del Señor su Dios, seguramente caerían sobre ellos la pobreza, la miseria y la ruina.Que esta última no fue una amenaza vacía lo demuestran los hechos claros de la historia sagrada. Porque se olvidaron de Dios y adoraron a los baales, el sol, la luna y las estrellas; y sobre ellos vino la ruina de toda clase, hasta que fueron llevados cautivos a Babilonia.

I.La idea de que el Dios a quien adoraban era el único Dios verdadero debe haber hecho de Su adoración un asunto muy diferente, mucho más santo y más profundo para los judíos que la cosa miserable y egoísta que mucha gente llama mal religión en la actualidad. por el cual un hombre espera escabullirse de este mundo al cielo por sí mismo, sin ningún cuidado o amor real por sus semejantes o aquellos que deja atrás.

La fe de un viejo judío en Dios y su obediencia eran parte de su vida familiar, parte de su política, parte de su patriotismo. El deber que le debía a Dios no era simplemente un deber que le debía a su propia conciencia o su propia alma; era un deber que le debía a su familia, a sus parientes, a su país. No se trataba simplemente de una opinión de que había un Dios y no dos; era una creencia de que el único Dios verdadero lo estaba protegiendo, enseñándole, inspirándolo a él ya toda su nación.

II. El propósito de Dios se ha cumplido. La pequeña nación de los judíos, sin ciudades portuarias ni comercio, sin colonias ni conquistas, ha enseñado a todo el mundo civilizado, ha influido en todos los buenos y en todos los sabios hasta el día de hoy de manera tan enorme, que el mundo ha ido más allá de ellos y se ha convertido en Cristianos al comprender plenamente su enseñanza y su Biblia, mientras que han permanecido meros judíos al no comprenderla. La revelación de Dios a los judíos fue Su mensaje ilimitado, y no un mensaje estrecho de la invención del hombre.

C. Kingsley, Evangelio del Pentateuco, pág. 184.

Hermanos: Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habeis recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios «¡Abbá!», es decir, «¡Padre!».
El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con Él para ser glorificados con Él.

¿Qué significa estar en gracia de Dios? ¿Cuáles son sus efectos en nuestras vidas?

El supremo don de Jesucristo.

El sacrificio de Jesucristo, lleva a la perfección a la antigua Alianza, inscribiendo la Ley de Dios no ya sobre tablas sino directamente en los corazones de los hombres.

El perdón de los pecados.

La justificación se puede decir que comienza siempre con el perdón de los pecados, que significa una verdadera remisión y cancelación del pecado original que está presente en la naturaleza humana como consecuencia de la caída de los primeros padres, como de todo pecado que actualmente tenga quien vive la justificación.

El Catecismo nos aclara muy bien este especto:
«En el momento que hacemos nuestra primera profesión de fe, al recibir el santo bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos que no nos queda absolutamente nada por borrar, sea de la falta original, sea de las faltas cometidas por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir, para expiarlas… Sin embargo la gracia del bautismo no libera a la persona de todas las debilidades de la naturaleza. Al contrario, todavía nosotros tenemos que combatir los movimientos de la concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal.
La justificación arranca al hombre del pecado, que contradice el amor de Dios, y purifica su corazón. La justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del pecado y sana.» (141)

Esta es la que se denomina faceta negativa de la justificación, mientras que la faceta positiva es la santificación y renovación interior del hombre. Estos no son dos efectos separados, sino que se puede decir que son uno solo, pues el pecado desaparece y la gracia santificante se infunde, pues son dos realidades que no pueden coexistir (cuando hablamos aquí de pecado nos referimos al pecado mortal, que hace morir la gracia en el alma).

La difusión de la vida de Cristo en el cristiano.

Ya mencionamos en el capítulo anterior que la consecuencia fundamental de la incorporación del hombre al Cuerpo Místico de Cristo, su Iglesia, es la de participar de la misma vida de la Cabeza, que es Cristo, siendo esta vida compartida por todos aquellos que forman ese Cuerpo.
La vida de Cristo se manifiesta en el justificado a través de la gracia santificante por tres efectos que están íntimamente unidos: nos convertimos en hijos adoptivos de Dios, herederos de Él y hermanos de Cristo.

San Pablo resume muy bien estos efectos: «Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.» (142)

En primer lugar, con la gracia santificante nos convertimos verdaderamente en hijos adoptivos de DiosPara comprender todo el alcance de esta gran verdad es necesario plantearse la diferencia entre hijo natural e hijo adoptivo. En el orden natural los padres son aquellos que transmiten a sus hijos, por vía de generación, su propia naturaleza humana.
Los hombres no somos hijos naturales de Dios por la gracia, ya que Dios Padre tiene solamente un Hijo según la naturaleza divina, que es el Verbo. Cuando el Hijo se une a la naturaleza humana en la persona de Jesucristo, sigue siendo hijo natural de Dios, porque como ya vimos, Jesús es una persona divina.

Después de la Resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Id por todo el mundo , y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con vosotros.hasta el fin del mundo»
.

COMENTARIO, 28, 16-20.

En este domingo celebramos el misterio de la Santísima Trinidad, el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Solo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo: «Un solo Dios, tres personas distintas de única naturaleza e iguales en su dignidad» (cf. Prefacio). En su nombre hemos sido bautizados (cf. Evangelio). «Por la gracia del bautismo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, somos Ilamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna» (cf. Pablo VI, Credo del pueblo de Dios 9). En la misa somos invitados a la mesa de la Trinidad donde el Padre, por obra del Espíritu Santo nos sigue dando a su Hijo, el pan de vida eterna.

El mandato universal de enseñar y bautizar (Mt 28,16-20)

Este breve pasaje, con que se cierra el Evangelio según San Mateo, es de extraordinaria importancia por las riquezas eclesiales que entrañan. Los Apóstoles reciben el mandato de enseñar a todas las gentes la doctrina de Jesucristo: lo que Él mismo había enseñado con sus obras y sus palabras, el único camino que conduce a Dios. La Iglesia, y en ella todos los fieles cristianos, tienen el deber de anunciar, hasta el fin de los tiempos, con su ejemplo y su palabra, la fe que han recibido. De modo especial reciben esta misión los sucesores de los Once, pues en ellos recae el poder de enseñar con autoridad, va que Cristo resucitado antes de volver al Padre

16Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. 

  • Los once discípulos (Judas siguió su propio camino, Mt 27,5) fueron a Galilea como el ángel y Jesús les habían ordenado por medio de las mujeres (vs.7-10). Jesús quiso darles indicaciones claras a sus discípulos en Galilea. Con esto Mateo nos indica que la enseñanza del Señor resucitado no sustituye la enseñanza de Jesús de Galilea, sino que la continúa (comp. v.20a: ‘enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado’).
  • Al monte que Jesús les había indicado’: el monte no ha sido mencionado anteriormente, al menos no en los evangelios. Quizás remite a palabras o apariciones de Jesús que Mateo conoce pero que no menciona. No se dice de qué monte se trata.
  • Cfr. Volver a los comienzos (el campamento base)

17Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron

  • Al verlo, ellos se postraron‘ Cuando los discípulos vieron a Jesús cayeron de rodillas para adorarle. El postrarse aquí es más que solamente una profunda muestra de respeto. Siendo lo opuesto a dudar, aquí implica fe.
  • Los discípulos viendo a Jesús Resucitado le adoran, se postran ante El como ante Dios. Su actitud confirma lo que siempre habían tenido en su corazón: que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios (cfr Mt 16, 18; Jn 1, 49). Les sobrecoge en un primer momento el asombro y la alegría ante la maravilla que sus ojos contemplan, que parece casi imposible, si no lo estuvieran viendo. Pero era realidad, y el pasmo dejó paso a la adoración.

La «potestad» recibida (Mt 28,18)

18Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra

18 καὶ προσελθὼν ὁ Ἰησοῦς ἐλάλησεν αὐτοῖς λέγων· ἐδόθη μοι πᾶσα ἐξουσία ἐν οὐρανῷ καὶ ἐπὶ [τῆς] γῆς. 

  • Al parecer Jesús primero se mantuvo a cierta distancia, y fue acercándose progresivamente diciendo: ‘Se me (ἐδόθη) ha dado (por Dios) todo poder (πᾶσα ἐξουσία) en el cielo y en la tierra’. Estas palabras recuerdan claramente a Dn 7,14: ‘A él se le dio poder, honor y reino. | Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. | Su poder es un poder eterno…’. Conforme a la profecía de Daniel Jesús fue enaltecido y designado como Señor y Juez del mundo (cf. Mt 16,28; Mt 24,30; Mt 26,64). Su enaltecimiento empieza ya en el momento de su resurrección.
  • También durante su vida Jesús, como Hijo del hombre, tuvo poder (cf Mt 7,29; 9,6; 21,23), pero este poder aún estaba limitado por la humillación por la que tenía que pasar (cf. Mt 26,53-54). Ahora, en cambio, empieza su ensalzamiento (Mt 11,27): se sienta a la diestra del Padre (Mt 26, 64) y recibe toda la potestad en el cielo y en la tierra.
  • El Maestro les habla con la majestad propia de Dios: se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. La Omnipotencia, atributo exclusivo de Dios, es también atributo suyo: está confirmando la fe de los que le adoran. Y, a la vez, enseña que el poder que ellos van a recibir para realizar su misión universal, deriva del propio poder divino. Por tanto, su autoridad, recibida en orden a la salvación de los hombres, viene de Jesucristo directamente, y esta autoridad, en las cosas de fe y moral, está por encima de cualquier otra de la tierra

La universalidad y la necesidad del Evangelio (19a y 20a) y del bautismo (19b)

19Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblosbautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; 20enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

19 πορευθέντες οὖν μαθητεύσατε πάντα τὰ ἔθνη, βαπτίζοντες αὐτοὺς εἰς τὸ ὄνομα τοῦ πατρὸς καὶ τοῦ υἱοῦ καὶ τοῦ ἁγίου πνεύματος, 

  • Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos
    • El encargo de evangelizar (v.19) es una consecuencia de la nueva posición de Jesús en el v.18 (oun = ‘por eso, entonces. así pues’).
    • Con la glorificación y el reinado de Jesús (v.18) ahora también se cumplen entre otras profecías: que la salvación de Dios ahora es también para todas las naciones (Is 2,2-5; Miq 4,1-5; Zac 8, 20-23).
      • En el pasado los discípulos habían predicado el evangelio, pero limitándose al país judío (Mt 10,5-6). Ahora ha empezado una nueva era en que también las naciones participarán de la salvación del Mesías (cf. Mt 8,11).
    • Con el enaltecimiento de Jesús y la predicación del evangelio a los gentiles se empiezan a cumplir estas profecías del AT. Pero según la profecías eran las naciones las que vendrían a Jerusalén; sin embargo, Jesús los estaba enviando. Así pues, no resulta sorprendente que los discípulos no entendieron de inmediato estas palabras (véase Hechos).
  • bautizándolos Uno empieza a ser discípulo por el bautismo (19) y por la enseñanza ‘enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado‘ (20).
  • Se trata de una enseñanza (διδάσκοντες) pero para que sea guardada (τηρεῖν), cumplida, observada. No se trata de un simple anuncio o kerigma sino de la misión de que los oyentes se hagan discípulos (μαθητεύσατε).
  • ‘En (eis = hacia, a) el nombre’ indica el propósito y la consecuencia del bautismo. Por la entrega en el bautismo uno confiesa que es propiedad de Dios (del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo). Con estas palabras, ‘en el nombre de…’, Jesús no dio una fórmula de bautizo (cf. Hch 8,16 y otros).

La constante «asistencia» de Cristo a los suyos en esta misión (20b)

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».

   20 διδάσκοντες αὐτοὺς τηρεῖν πάντα ὅσα ἐνετειλάμην ὑμῖν· καὶ ἰδοὺ ἐγὼ μεθ’ ὑμῶν εἰμι πάσας τὰς ἡμέρας ἕως τῆς συντελείας τοῦ αἰῶνος.

  • Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días‘ Jesús concluye su breve discurso con una promesa. Promete su presencia divina (cf. Gn 28,15; Jue 6,12; Hch 18,10; Mt 18,20). A través de estas palabras Jesús promete a sus discípulos que estará presente (cf. Jn 14,23) y que con su poder real (v.18) los protegerá (cf. Mc 16,17; Lc 10,19).
  • Hasta el fin de los tiempos’: Jesús indica así el período que va de la su resurrección hasta el fin del mundo actual con la venida del Hijo del hombre en gloria (cf. Mt 13,39; 24,3).
  • Lucas empezó su Evangelio con la idea del Enmanuel (Dios-con-nosotros; Lc 1,26; Is 7,14) y así lo termina, a modo de inclusión, haciendo ver que será siempre el Dios-con-nosotros hasta el final