VI Domingo de Pascua
Primera Lectura
Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48
En aquel tiempo, entró Pedro en la casa del centurión Cornelio, y éste le salió al encuentro y se postró ante él en señal de adoración. Pedro lo levantó y le dijo: “Ponte de pie, pues soy un hombre como tú”. Luego añadió: “Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”.
Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que estaban escuchando el mensaje. Al oírlos hablar en lenguas desconocidas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes judíos que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos.
Entonces Pedro sacó esta conclusión: “¿Quién puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?” Y los mandó bautizar en el nombre de Jesucristo. Luego le rogaron que se quedara con ellos algunos días.
PALABRA DE DIOS.
COMENTARIO Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48.
El texto recoge una situación en la que Pedro impulsado por el Espíritu va a casa del centurión Cornelio, tal idea y la entrada en su casa viola todas las leyes judías: su presentación en casa de un gentil, la atención a sus peticiones etc, pero Pedro ya había sido ilustrado por el Espíritu de que ni los alimentos ni los humanos son impuros , para Dios. Resulta interesante ver como Pedro rechaza la proskynesis, una costumbre ceremonial de los persas que había pasado a griegos y romanos para rendir homenaje al «poder divino» de reyes y emperadores. Esta costumbre se había extendido también a personajes importantes.
¿Acaso hoy no encontramos en nuestra realidad a personajes tanto políticos como religiosos que exigen una suerte de prosternación por parte de sus hermanos? Son personajes que se consideran superiores a los demás y reclaman un culto de masas, un «baño de masas», se han auto-divinizado y se creen en la «encarnación del Absoluto» y en los «salvadores» de quienes han esclavizado con sus trucos de dominación demagógica.
Pedro, como verdadero hombre de Dios le dice rotundamente no a ese culto idolátrico, apelando a la realidad: «Levántate, porque yo no soy más que un hombre». El evangelista Lucas nos comunica en la Palabra de Dios que un culto así sólo está reservado a Dios (Lc 4,8; Hch 8,27) y al Señor resucitado (Lc 24,52), pero los seres humanos suelen caer en rendir estos homenajes a sus ídolos y a Satanás.
Pedro conversa con Cornelio, un extranjero, entra en su casa y le recuerda que Dios ha tenido en cuenta sus oraciones y limosnas. Entonces, empieza su primer discurso a los gentiles: «Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas y que en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a él…». Se trata de una catequesis, se trata de un discurso educativo, una enseñanza.
Segunda Lectura
Queridos hijos: Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que envió al mundo a su Hijo unigénito, para que vivamos por él.
El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo, como víctima de expiación por nuestros pecados.
COMENTARIO 1 Jn 4, 7-10
El pasaje de 1 Juan 4:7-10 es un hermoso texto que habla sobre el amor y su origen divino.
1 Juan 4:7-10 nos enseña que el amor proviene de Dios y que aquellos que aman son nacidos de Dios y conocen a Dios1. El amor es una propiedad divina, no algo creado, sino una esencia de Dios que se comunica y reproduce en aquellos que lo reciben. Amar como Dios ama es una señal de que hemos nacido de Él y conocemos a Él1.
El versículo 8 nos dice que quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Esto implica que conocer a Dios es más que un conocimiento intelectual; es conocerlo en una relación personal y transformadora que se manifiesta en amor hacia los demás1.
En los versículos 9 y 10, se revela la máxima expresión del amor de Dios: el envío de su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. Este acto no se basa en nuestro amor hacia Dios, sino en su amor hacia nosotros, un amor que se ofrece como propiciación por nuestros pecados1.
Este pasaje nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del amor verdadero y a buscar vivir ese amor en nuestra vida diaria, amando a los demás como Dios nos ha amado.
Tercera Lectura.
Evangelio Jn 15, 9-17
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me amó, así os amo yo. Permaneced en mi amor. Si cumplis mis mandamientos, permanecereis en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo.
Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor ; a vosotros os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.
No sois vosotros los que me han elegido, soy yo quien os ha elegido y os ha destinado para que vayais y deis fruto y vuestro fruto permanezca, de modo que el Padre os conceda cuanto le pidáis en mi nombre. Esto es lo que os mando: que os améis los unos a los otros’’.
COMENTARIO Jn 15, 9-17
El pasaje de Juan 15, 9-17 es una parte muy significativa del Nuevo Testamento, donde Jesús habla sobre el amor y la amistad. En este texto, Jesús enfatiza la importancia de permanecer en su amor, que se demuestra guardando sus mandamientos. El amor supremo se muestra en el sacrificio, como lo hizo Jesús al dar su vida por sus amigos. Además, Jesús eleva la relación con sus seguidores de siervos a amigos, compartiendo con ellos todo lo que ha aprendido del Padre.
Este pasaje es frecuentemente reflexionado y comentado dentro de la comunidad cristiana por su mensaje profundo sobre el amor y la relación íntima que Jesús ofrece a sus seguidores. Se nos invita a amarnos unos a otros como Jesús nos ha amado, lo cual es un llamado a un amor desinteresado y sacrificial.
La invitación a dar fruto y que ese fruto permanezca es una metáfora de vivir una vida que refleje los valores del Evangelio, llevando el amor y la verdad de Jesús al mundo. Este pasaje también es utilizado en la liturgia y en la meditación personal como una forma de profundizar en la comprensión del amor divino y cómo se puede vivir ese amor en la vida diaria
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